Usted está aquí: La Niña María
Bajo el manto de la selva chocoana, el altar de la Niña María se erigía como una guardiana de las memorias silentes del pueblo de Curbaradó, río de mochileros. Soy la santa patrona de una población, otrora declarada como Comunidad de Paz Natividad de María en honor a mi nacimiento, testigo de dos éxodos que marcaron la historia de mi comunidad.
Nos convertimos en peregrinos en nuestro propio territorio y digo nos convertimos porque mi comunidad siempre me llevó consigo . Era el año 1997 cuando un grupo de guerrilleros vestidos de civil propuso a las familias un acto de sacrificio: abandonar su tierra para ser parte de una protesta en la carretera panamericana. La comunidad, como un río que se niega a perder su cauce, respondió con un “No” rotundo. Unísono. Eco de unión, dignidad y resistencia.
Para finales del 97 los paramilitares se instalaron en el pueblo por 20 días. Para los primeros días del año 1998 el miedo se instaló como una sombra persistente por miedo a las represalias de la guerrilla, forzando a las familias a dispersarse más allá de los meandros del río Atrato, e incluso del mar donde desemboca. La mayoría nos refugiamos en Riosucio, nuestra cabecera municipal para aquella época -porque desde el año 2000 somos municipio Carmen del Darién-. La gente nos acogió en un abrazo de hermandad y empatía. El retorno, aunque teñido de esperanza, llevaba consigo la marca del dolor. Seis meses después, regresamos en compañía del ejército.
La sombra del desarraigo se hizo presente de nuevo el 8 agosto de ese año, día en que el presidente dio la orden de salida al ejército. El temor a otra represalia nos obligó a abandonar nuestro territorio en cualquier cosa que pudiera flotar río abajo con la esperanza de ser acogidos de nuevo en Riosucio.
El 2 de diciembre de 1998, resurgimos entre cantos de esperanza y oración junto al pueblo de Boca de Curbaradó y las Despensas Media y Baja. Nos proclamamos como Comunidad de Paz Natividad de María. Esta vez, quedé atrás, inmóvil en Riosucio. La espera fue una prueba de fe, una fe que anhelaba el abrazo del retorno. Mi figura se convirtió en un símbolo de resistencia, el resurgir de mi comÚnidad. A pesar de las marcas del abandono, la comunidad restauró los cimientos para reconstruir los lazos que la violencia había desgarrado.
Esos años ví cómo la fuerza del amor, aquel valor supremo, orientaba el andar de mi pueblo. La Comunidad de Paz Natividad de María, como un renacer entre las sombras del desplazamiento, se convirtió en un faro de resistencia. Incluso en la densidad de la selva, la semilla de la paz puede florecer.